El dominio en Aristóteles

Saturday, April 05, 2008

EL DOMINIO EN ARISTÓTELES
por Ricardo Etchegaray
(Dominación y política, La Plata, Ediciones Al Margen, 2000, pp. 14-16)
Aristóteles diferencia entre dominio y poder. Dominio es una forma del poder en la que hay roles fijos o funciones; en la que los amos mandan y los esclavos obedecen; donde los roles no pueden intercambiarse: los mismos sujetos desempeñan siempre las mismas funciones. El dominio es el poder despótico[1]. Su estructura es rígida y asimétrica.
Para Aristóteles, la mejor o más perfecta relación de poder es la política, en la que los que mandan y los que obedecen no son siempre los mismos, sino que van rotando en el ejercicio de las magistraturas. La política es la relación de poder propia de los hombres libres, de la condición del ciudadano. Si la lógica de la comunidad doméstica se traslada a la comunidad política, ésta se desnaturaliza. Pero no podría haber una comunidad de hombres libres, es decir, una comunidad política, si no hubiese unos hombres que dediquen sus vidas al trabajo, posibilitando el ocio que requiere el ejercicio de la libertad de los otros. Para Aristóteles, el poder y el dominio nunca podrían ser equivalentes, pero son, en cierto sentido, complementarios: puede haber hombres que intercambian roles porque hay otros que tienen roles fijos.
Podría plantearse si la teoría aristotélica aporta categorías para comprender lo que sucede en las sociedades modernas. En cierto sentido, se puede decir que las relaciones descriptas por Aristóteles existen y son funcionales en el sistema capitalista. Éste funciona porque no todos tienen vocación de ser hombres libres o no todos pueden ser hombres libres.
Para Aristóteles, tanto las relaciones de poder como las relaciones de dominio son naturales
[2], es decir, de acuerdo a la naturaleza de las cosas. El dominio no tiene una valoración negativa, sino que es una forma de relación inferior a la política. Lo que tiene valoración negativa para Aristóteles es lo que es impedido en su desarrollo o apartado de su curso natural. Lo negativo es que un ser no desarrolle todas sus potencialidades por un impedimento exterior.
Sin embargo, Aristóteles diferencia también las distintas formas de gobierno, posibles e históricas, en que los hombres libres han organizado sus relaciones de poder. Dentro de estas formas políticas de poder establece una jerarquización valorativa desde la monarquía (la mejor) hasta la tiranía (la peor). La jerarquización valorativa, como la distinción entre las tres formas legítimas de gobierno y las tres ilegítimas, es efectuada en base a su relación con el bien común, que es el fin de toda comunidad y de todo gobierno de la comunidad. En las formas legítimas, el que manda lo hace en función del bien común, mientras que en las formas ilegítimas, lo hace en su propio beneficio, como el déspota en la esfera doméstica. La ilegitimidad en la esfera política consiste en su degradación a la esfera doméstica. Es natural la persecución del bien propio en la comunidad doméstica, pero es ilegítimo hacerlo en la esfera política. El despotismo en la esfera política es antinatural.
Aristóteles conjuga una perspectiva puramente lógica con una perspectiva empírica. Desde el punto de vista lógico, una comunidad de hombres libres sólo puede tener tres formas de gobierno: el gobierno de uno solo (monarquía), el gobierno de algunos (aristocracia) o el gobierno de todos (democracia). Formal y abstractamente, a partir de las características propias de cada una de las tres formas posibles, establece una jerarquización, ponderando defectos y virtudes, ventajas y perjuicios. Este orden jerárquico es: monarquía, aristocracia, democracia (formas legítimas), demagogia, oligarquía y tiranía (formas ilegítimas). Abstractamente, es decir, sin tener en cuenta las condiciones particulares histórico-culturales de cada comunidad, la mejor forma es la monarquía. Pero de acuerdo a las circunstancias y condiciones particulares de cada comunidad habrá que determinar cuál es la mejor forma de gobierno en esas condiciones. A partir de la clasificación lógica es posible ordenar y estudiar las formas históricas con los datos empíricos disponibles.
Toda comunidad está dirigida a algún bien
[3]. El bien de la comunidad doméstica es garantizar los niveles elementales de la vida: la manutención y la reproducción. Las lógicas de lo político y de lo doméstico están diferenciadas y separadas. Es en la época moderna, que la lógica igualitaria de lo político[4] comienza a invadir las otras esferas de la vida y a cuestionar las relaciones diferenciales consideradas naturales.
Paralelamente, las nuevas ciencias comienzan a alterar el concepto mismo de naturaleza. Si las concepciones antiguas de la naturaleza suponían diferencias cualitativas, la concepción moderna comprende a la naturaleza como homogeneidad y a las diferencias como cuantitativas. La distinción entre el mundo supralunar y el sublunar se disuelve al formularse una legalidad única para todo el universo. La unificación y homogeneización de la naturaleza se extiende al ámbito de lo humano y de lo político, y desde allí a lo social y económico. La economía se convierte en una esfera dentro de la política. La economía nace como economía política.
Mientras que las luchas emancipatorias, las luchas contra la dominación, se desarrollaron en la modernidad como efecto de una extensión de la esfera igualitaria de lo político hacia las otras esferas, se entendió por dominación toda extensión, inversamente a la consideración anterior, de las lógicas diferenciales y no-igualitarias.
Pero, por otro lado, el concepto de naturaleza en la modernidad, mantiene un significado que ya estaba presente en la época antigua: lo que es siempre lo mismo, lo necesario. En este sentido, lo natural es lo que se opone a lo histórico. La igualación de las condiciones políticas muestra que estas relaciones no son naturales. La economía política clásica pretenderá que las relaciones políticas son históricas y contingentes mientras que las económicas son naturales y necesarias. Es este significado no cuestionado durante los primeros siglos de la modernidad el que se hará manifiesto y será objeto de crítica a partir de Hegel y Marx (por no mencionar al italiano Giambattista Vico, cuya obra fue ignorada hasta hace poco).
Moreau destaca la preocupación aristotélica por que la economía (la esfera doméstica) no se saliera de sus límites: posibilitar la vida de la comunidad política. La crítica más inmediata que podría hacerse a la sociedad actual desde el punto de vista de Aristóteles sería, precisamente, que la economía se ha salido de órbita y ha invadido todas las esferas de la vida de la comunidad. En este sentido, la crítica habermasiana, que busca poner límites a las diversas lógicas de lo social, sigue la tradición aristotélica y kantiana. La sociedad capitalista actual supone que el consumo es la forma básica de toda relación social y no admite otras. En cambio, una postura aristotélica sostendría que el consumo es lícito dentro de ciertos límites, es lícito como condición de posibilidad de otras formas de relación “mejores”: las relaciones políticas. No puede suprimirse el consumo, porque hay una tendencia natural a consumir, pero tampoco se puede admitir que invada las demás esferas.
[1] Max Weber utilizó el término “patriarcalismo” para referirse a la autoridad del señor sobre la comunidad doméstica que define el tipo ideal puro de dominación tradicional.
[2] “Hacia el siglo vi a.C., este nuevo desarrollo [del comercio y los contactos culturales] había llevado a la disolución parcial de las viejas formas de vida e incluso a una serie de revoluciones y reacciones políticas. Y no sólo provocó múltiples tentativas de retener el tribalismo por la fuerza, como en Esparta, sino también aquella gran revolución espiritual que fue la invención de la discusión crítica y, en consecuencia, del pensamiento libre de obsesiones mágicas. Al mismo tiempo se descubren los síntomas de una nueva inquietud. La tensión de la civilización comenzaba a hacerse sentir. [...] La tensión se halla íntimamente relacionada con la tirantez entre las clases, que surge, por primera vez, con la caída de la sociedad cerrada. Esta no conoce, en realidad, ese problema. Por lo menos para los miembros que desempeñan el gobierno, la esclavitud, las castas y el gobierno de clase son «naturales», en el sentido de que a nadie se le ocurriría cuestionarlos” (Popper, K.: La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Editorial Planeta-Agostini, 1992, pp. 173-4).
[3] El concepto de dominio en la modernidad está indisolublemente ligado al de autonomía individual y ésta es impensable en la antigüedad, ya que se parte del supuesto de que todo individuo es lo que es en y por la polis (comunidad) a la que pertenece. El desarrollo de la autonomía individual supone el desarrollo de su condición de posibilidad: la sociedad civil.
[4] En realidad, se trata de una lógica político-religiosa, porque la igualdad de los hombres libres (en lo político) se cruza con la igualdad de todos los hombres llamados a la salvación y redimidos por Cristo. Es significativa la lectura hegeliana de la Reforma como el punto de ruptura con la antigüedad.